Silvio trabajaba en la
librería de la esquina. El local, era uno de esos lugares antiguos, con olor a
humedad, paredes despintarrajeadas. Había libros y más libros por todos los
rincones, en estantes, cajones y cajas.
Nuevos, usados, de medicina oriental, fotografías de Europa, filosofía,
de política, economía, autoayuda y revistas antiguas.
Conocía el lugar muy bien.
Pero eso si, si yo me pasaba horas en su negocio, hojeando y repasando prólogos
de libros que jamás leería, era solo para poder quedarme cerca de esa boca que
me hacia temblar el cuerpo y las piernas, escondida yo, entre el sector de
historia latinoamericana y Literatura oriental.
Ese sujeto que humedecía mis
labios de día, hacia mojarme en secreto, toda entera de noche. Y terminaba sucumbiendo,
en mis sueños de librería, con nuestras
pieles pegadas, detrás del mostrador; el dentro mío, mientras sujetaba mi
cintura, hasta que estallábamos juntos en un acto de amor.
Si, fantaseaba con Silvio
todas las noches antes de dormir; y yo tocaba cada una de mis partes mientras
Silvio en mi cabeza, no me paraba de besar.
Mis visitas a la librería
cada vez se hicieron mas frecuentes.
Yo me había convertido en
una experta de nombres de autores y de títulos de best seller en tan solo un
mes; pero jamás había podido conversar, mas de cinco minutos con aquel hombre,
que me hacia el amor sin que el lo supiese.
Una tarde, en una de mis
escapadas perversas al local, mientras buscaba mentirosa, en literatura
infantil, Silvio se acerco y por primera vez me hablo.
Por un momento me quede en
blanco, lo primero que tenia que hacer era disimular ese estado de exaltación y lujuria, el cual
no podía evitar.
Pensé que iba hacer un
encuentro fugaz, en el que el, iba a preguntarme si había encontrado lo que buscaba,
entonces yo iba comprar un libro cualquiera, de canciones infantiles, para
terminar luego yéndome rendida, hasta volver al otro día, con una nueva excusa
literaria.
Pero con Silvio fue más que
un encuentro milagroso, nos quedamos hablando el resto de la tarde. Hablamos de
todo; menos de libros, ni de literatura,
ni de historia, ni filosofía; como suele
pasar en las tradicionales historias de amor intelectual. No, con Silvio, no; hablamos
de cualquier cosa, de plantas, del barrio, de la familia, de los amigos, de los
deseos, de los miedos. Tanto hablamos que anocheció sin darnos cuenta. Y mientras el bajaba la persiana de la librería,
me vi como desde afuera, yo ahí adentro, con Silvio, y pensé, que no quería que
terminara nunca mas aquel momento especial.
Empecé a sentir que su
mirada se clavaba en mis pupilas como
fuego, mientras se acercaba a mí, cada
vez, un poquito más.
Hasta que la distancia de nuestros
cuerpos se volvió imperceptible, y podía sentir el calor de su pecho y de mi
parte genital. Tomo mi mano y la llevo hasta la bragueta de su pantalón,
mientras el, con su boca acariciaba mi cuello y empezaba a escabullirse entre
el escote de mi camisa de algodón.
Nos tocamos obscenos hasta
que vimos las estrellas entre libros de Freud, Gramsci y Cortazar. Luego
profanamos el sector de literatura religiosa, y me penetro ligero, en el
estante de psicología Conductual.
Luego de esa noche, no volví
a la librería por un buen tiempo.
Quizás Silvio me esperaba
todas las tardes, quizás no. No lo se, por que cuando me atreví a volver, el ya
no trabajaba mas allí.
No se por que tarde tanto en
regresar.
No fue fácil confrontar con
la idea, de que ya no era mas una fantasía, si no una posibilidad real.
Mis rituales de librería ya
no serian necesarios. Y aunque yo quería a Silvio, quería ese Silvio que había
construido yo, ese que se parecía más a
mi, y que jamás dejaría de erotizarme aunque pasaran años de relación.
En un primer momento me
apene por su partida, pero en seguida me alegre al saber que lo vería en la noche,
en mis noches de sabanas sucias, de trampas, de placeres y secretos. Y decidí
por primera vez, entrar a la librería solo para comprarme un libro.
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